Orden social y corrupción en el Perú actual

EL ALTIPLANO

Luis F. Vilcatoma Salas.

Escribe: Luis F. Vilcatoma Salas.

El panorama político en el país se muestra cada vez más convulsionado y cambiante, por razones que tienen a la corrupción como su motivación principal desde que el avance del proceso Lava Jato en el Brasil ha comenzado a salpicar  en el cuerpo elitario de los grupos que toman las decisiones en los diferentes poderes del Estado como es el caso del Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Fiscalía y Consejo Nacional de la Magistratura. Se podría decir que después del Brasil, el Perú es el segundo de los países latinoamericanos infestados gravemente por la onda expansiva de esta peligrosa bacteria que descompone, sin contemplaciones, las instituciones en su matriz esencial.

¿Por qué esta vulnerabilidad estructural de la formación social peruana ante un microorganismos infecto de esta naturaleza? ¿Por qué esta proclividad densa, gelatinosa y enfermiza, en la personalidad de quienes manejan espacios del poder público, hacia el manejo de la cosa pública en beneficio propio? Las respuestas que se han tejido han ido desde advertencias históricas y sistémicas en la edificación del tejido sociocultural peruano desde la época virreinal, hasta  la personalidad de los sujetos sociales que se evidencia en las relaciones interpersonales Posiblemente la razón más apropiada esté en algunos de estos factores o en todos juntos pero hay un factor envolvente y transversal que sería bueno, igualmente, analizar, investigar y explicar: las normas socioculturales que entretejen, cohesionan y posibilitan el orden y la reproducción social holística. Normas sedimentadas en lo más profundo de la conciencia social que influyen en la conducta de los individuos y grupos sociales condicionando su comportamiento bajo determinados modelos de relación social que en su conjunto garantizan el orden social, en cualquier tipo de sociedad y microsociedad sea de complexión capitalista, socialista o de lo que se trate. En una sociedad como la nuestra diversa y plural social, cultural, económica y geográfica, la hegemonía capitalista en el espacio nacional, a través de un sinnúmero de vasos comunicantes (medios de comunicación, educación, cultura), ha engendrado subliminalmente estas normas convivenciales para el orden capitalista apoyándose también en la fuerza coactiva del derecho y la represión. El problema ahora es por qué y en qué momento estas normas del orden social global se han comenzado a quebrar en el país en una suerte de pre-anomia traducida en la corrupción, la violencia y una serie de infracciones del orden social que todos los días las vemos en los canales de televisión y en los diarios de circulación nacional y regional.

Un gran factor de desorden ha venido a constituir la violencia terrorista desatada por el senderismo y correspondida por los aparatos represivos del Estado durante los años 80 y 90 del siglo anterior. Esta violencia por su naturaleza y expansión, su dureza y prolongada agonía quebrantó, desde sus inicios, las normas de interactuación razonables entre las personas y fomentó su predisposición a la ruptura de los códigos y símbolos sociales. Si a ello le sumamos el narcotráfico y la informalidad estamos, entonces, ante un rimero explosivo de imprevisibles consecuencias en el perfil societal nacional difícil y casi imposible de manejar con políticas y medidas que atiendan solamente la armadura externa de este fenómeno (leyes, cobertura institucional), sin avizorar que la procesión va por dentro en el complejo terreno de la subjetividad donde las certidumbres supuestas se están desfondando precisamente por obra del mismos sistema capitalista y eurocéntrico que más las necesita para su reproducción histórica.

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